28.9.11

La noche entera


Dibujo discursos por doquier
Que sello y firmo con tus dedos,
Dejo la silla y sigo estando de pie.
Reposo mis labios en los tuyos y te dicto.
Tú, sorda, en cambio
Abres la boca y engulles cada verso que fluye en
La noche entera.

La planta




A la noble planta de aquel tibio rincón
le he puesto tu nombre,
porque tu nombre es de esas palabras que se inventaron
para perdurar en mi tiempo.

20.9.11

¿Qué (h)ago(nía)?


¿Qué hago amor,
Ahora con está promesa sembrada en tú cuello?
¿Qué hago amor,
Ahora con está saliva que segregan mis deseos?
¿Qué hago amor, sí cuando miro tus ojos salta un corazón
                                            [fuera de mí y se clava en tus colmillos]
¿Qué hago ahora amor, cuando tú rodilla ya no es mi bastón,
ni tus ojos mi llegada?
¿Qué hago mientras el día arde y yo ardo con el?
¿Qué hago amor?
¿Qué hago ahora que ya no estas y las nubes se enterraron en mis ojos
                                            [y te llevaron lejos?]
¿Qué hago ahora después de reclamar y masturbar el tiempo?

19.9.11

abreboca (prólogo antología poética)


LA CONDICIÓN CARIBE

El diario de navegación de Cristóbal Colón trascripto por fray Bartolomé de las Casas, las asombrosas crónicas de Américo Vespucio y los fantasiosos relatos de Pedro Mártir de Anglería, dan cuenta de “hombres con hocicos de perros” o de gente que “tenía un ojo en la frente”, y narraban cómo “generosos” y desnudos salvajes tomaban cautivos a prisioneros de otras islas, los degollaban, los descuartizaban, bebían su sangre y comían sus carnes. Europa se llenó de una iconografía del Nuevo Mundo con las más perversas e ingeniosas escenas. El mar donde estaban las islas de los caníbales, del canibalismo, del calibán o de la Canibalia, era el Caribe. Los que vivimos en estas islas o tenemos una geografía común con el mar que baña las costas del norte de América del Sur desde Tierra Firme, habitamos los mismos espacios de aquellos “salvajes antropófagos”. Cubanos y venezolanos somos en definitiva herederos de los espacios que usaron los caníbales. Algunos de los poetas de esos lugares han sido convocados por Ediciones La Mancha, después de varias centurias, a reunirse en la colección sin límites para reconocerse mutuamente; el resultado entraña un ejercicio de resurrección espiritual ajeno a la muerte: esta vez se trata de potenciar un maravilloso jardín para el diálogo entre hombres y mujeres, poéticas diversas que dan cuenta de su condición Caribe.

¿Quiénes son los poetas sucesores de aquellos caníbales que exhibió la iconografía europea? La cubana Yanelis Encinosa Becerra abre la marcha y en su poética establece una relación ancestral con su espacio, la visión insular que puede ser síndrome y juego con su propia sombra; tiempo e imagen que se domestica por el sonido de recóndita palabra. De Maracaibo, Luis Ángel Barreto presenta diferentes maneras de expresar esa identidad en interrelación con el mar común y con el canto de amor que se enriquece con el suave “vos” que nos legó el castellano antiguo. Irina Ojeda Becerra, desde el centro de la Isla, exhibe su síntesis expresiva en leves sugerencias de una poética sensual del cuerpo que no es ajena a la vegetación de su entorno, ni a las especulaciones del misterio después de la vida, la magia cotidiana que enlaza los márgenes del tiempo. Juan Albarracin le sigue en un discurso de amor y desamor, tan unidos en los versos ambos sentimientos que apenas pueden distinguirse bajo la extraña cobertura de la expresión de ternuras junto a imágenes relacionadas con el sexo, para que el cuerpo sea también testigo del amor potenciado como deseo provocador tibio de cada momento de éxtasis. Jamila Medina devuelve sus obsesiones con un lenguaje capaz de penetrar en los problemas del ser humano, sin entregarse fácilmente en su exploración de las diversas posibilidades del discurso; en ese empeño pueden descubrirse claves sumergidas que dejan huella para volver a su lectura. Eduardo A. Pepper va a la carga y muestra su infatigable ansia por definir lo inatrapable, los intentos desesperados por develar el estado recóndito de la conciencia en palabras que no llegan a explicar totalmente una historia de amor; sus anécdotas incompletas se abandonan y el lector las ajusta a su medida.

Entre las herederas del canibalismo ortodoxo se encuentra la santaclareña Isaily Pérez, capaz de contar historias de amor bajo la perspectiva ardorosa de una mujer cuyo lenguaje no se vanagloria de su agudo ojo omnisciente; una poesía de juego con el espacio-tiempo, insertada en la ubicuidad artística para sugerir otras vidas posibles. Elías Yánez Marín recorre parecido camino con una poética directa y múltiple, que desconoce los límites entre naturaleza y sociedad; sus versos intentan entender el lenguaje de Dios, con palabras dichas al infinito y a la eternidad, para que las dimensiones sean confundidas. El laborioso trabajo con la palabra de la pinareña Marienne Lufriú logra el acierto que implica relacionarse con la naturaleza y remontarse a cualquier ambiente social; la sobriedad y la agudeza, junto a un alto nivel de sugerencia obtiene resultados de gran eficacia expresiva; atenta a los grandes problemas del ser de todos los tiempos, defiende la capacidad de expresarlos hasta con las maneras florentinas del soneto. Yohan Moreno, con ojos de pintor y miedo de niño, trae desde la región andina de Táchira versos de gran concentración visual que proponen una trasgresión alimentada por los sentimientos y las emociones más puras.

En otro sentido, la cubana Katia Gutiérrez expone una poética intelectiva cuyo interés se dirige a una zona distante de la visualidad, basándose en el recuerdo y en la memoria, con privilegiados elementos de una geografía y una historia que se mantienen vivas en su conciencia. El caraqueño Carlos Duque responde con una propuesta emocional y autobiográfica, cercana a las alteraciones del ánimo que acompañan a cada una de sus experiencias y a cierta violencia contenida o evidente que se desliza entre palabras que piden vigor y acción; reclamo constante que incluye el absurdo como parte de una modernidad que se desploma. Desde Maracay llega Andrea Betancourt para regalar la espontánea expresión, sin pulimento, casi sin mediaciones, de sus ideas juveniles, que crecen agigantadas por una inspiración solo limitada por el verbo, capaz de imponer orden y regularidad a su frescura natural. Casi por contraste, el santiaguero Oscar Cruz desarrolla un discurso narrativo de aparente simpleza, desgarrador y lacerante por los temas del abandono y del olvido familiar; una despaciosa y arrasadora rebelión contra modos insensatos de proceder por parte de quienes tienen el deber de cuidar a la familia. En otra dimensión, pero con semejante tono, Dayana López invita a disfrutar del absurdo y de la irracionalidad mediante asociaciones que recuerdan al automatismo psíquico en un discurso que cambia constantemente de interlocutor y expresa, más que una experiencia individual, la rabia y la protesta por la organización de la sociedad actual. De la provincia de Granma, Alexander Aguilar López presenta el sobrecogedor tema de la muerte del padre, que cuenta con altísimos exponentes en la poesía en lengua española, y del drama de la restricción de la libertad, salpicado con guiños intertextuales; un arsenal de asuntos que sugieren, a la larga, una crítica a la modernidad incapaz de solucionar los graves problemas que engendró.

Otra legataria de las amazonas procedente de la capital de Venezuela, Mariajosé Escobar Gámez, se instala en la muestra con versos sensuales de visible entrega amorosa, sentimientos fogosos que conocen de su poder y suficiencia, una leve dureza que encarna la rareza del sortilegio en textos repletos de maravillas, escenas enaltecidas por sutiles atmósferas. El método del poeta granmense Yunier Riquenes García revela la desnudez de la palabra, como si apelara a su significado prístino; la sinceridad aflora en la anécdota y en la narración subordinada a su don poético, que apela a las zonas más laberínticas del alma. La subjetividad de Alessandra Coronel integra elementos dispersos con imaginativos procedimientos para lograr la coherencia de las descripciones y de las imágenes cargadas de simbolismo, por encima de rupturas y recuperaciones del sistema. Karel Leyva opta por sorprender con situaciones inesperadas provenientes de la variedad de circunstancias a que cada cual es sometido en el diario acontecer; el poeta detiene su mirada en lo insólito de la cotidianidad y se atreve a lanzar mensajes cifrados con una música oculta en que se advierte el entramado de su estructura interna, semejante a la de una suite.

Que la condición Caribe no se extingue con el paso del tiempo lo confirma la erguida rebeldía de la caraqueña Libert Aquarela del Sol Padilla, de claro compromiso con la causa del cambio social, expresado en versos sin alardes ni pirotecnia verbal; en su obra se ahílan imágenes visuales mezcladas con hitos de la memoria, que apelan a lo evidente y evocan claves cuyo eje es la ternura. El holguinero Luis Yuseff Reyes prefiere un tono más bajo, propicio para confesiones y declaraciones privadas, casi de intimidad, alternadas por contraste con manifestaciones públicas; con ello incita el placer de los sentidos desde varios espacios y logra insinuaciones que se infiltran en un ambiente de complicidad con el lector para construir una secreta solidaridad con la fantasía. Caneo Arguinzones lo acompaña con una espontaneidad autobiográfica que parece ser testigo del nacimiento de la poesía, por la ausencia de pudor y por su sinceridad total; discurso que se empeña en la sensualidad de un mundo revitalizado, enriquecido en la medida en que se asoma a otra dimensión. Partiendo de esa misma naturaleza biológica, pero con resultados distintos, la poética de Yansy Sánchez explora las contradicciones del universo que describe, como para adentrarse en la ley de unidad y lucha de contrarios; con su método invita a un análisis autocrítico de las relaciones entre la naturaleza y los seres humanos, en una escritura que parece acercarse a las limitaciones que impone la sociedad.

Todos estos poetas emergentes, en plena creación y creatividad, después de cumplirse la primera década del segundo milenio para el “mundo occidental”, continúan escribiendo la crónica de su Paraíso-Infierno, una obra de la maravilla de vivir en los mismos sitios de la Canibalia, en los lugares donde los caníbales hacían de las suyas antes de la invasión, según los cronistas de Indias. Esta estirpe de digno linaje mezclado y vuelto otra vez a mezclar, se siente orgullosa hoy de que en sus tierras, bañadas por las mismas aguas, no se conozca de guerras fraticidas; todos los conflictos que se han sucedido con posterioridad a aquella primera invasión, han sido provocados por invasores. Los actuales habitantes de la Canibalia aspiran a una paz duradera y alimentan la disposición para afianzar la hermandad; la poesía aquí reunida da cuenta de esa voluntad. Las rosas en el trópico se dan silvestres y la condición Caribe se impone.

Juan Nicolás Padrón
Septiembre de 2011